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Hablando baja kilos la gente. El grito desesperado de los tragones mexicanos

Publicado: 2011-11-21

Por Carlos Paredes

México acaba de alcanzar un galardón que, más allá de la vergüenza, supone una seria amenaza para la salud pública: es el país con más obesos porcentuales en el mundo. Aunque parezca increíble ha superado a Estados Unidos, la cuna de la comida chatarra. Ésta es la historia de un grupo de tragones compulsivos que intenta una terapia colectiva para superar su adicción a las famosas tortas mexicanas.

Una legión de obesos encontró en Tragones Anónimos, una organización que emula los principios de A.A ., la solución a su adicción. “Por la boca nos enfermamos, por la boca nos tenemos que curar”, señala el mantra sagrado del grupo.

Álvaro sube a la pequeña tarima, mira a su alrededor y se tapa la cara con la mano izquierda que tiene la piel quemada. Está en su tribuna. “Comía todo el día. Me acababa una bolsa de salchichas con 4 o 5 huevos y frijoles refritos, era adicto a las tortas. Nunca me di cuenta que estaba enfermo”, dice frente a seis compañeros que lo miran con atención. El hombre de 48 años que llegó a pesar 220 kilos luce descompuesto, está a punto de llegar a las lágrimas. “Recaí tres veces por mi gordura, la última no pude, me estaba muriendo”, dice con la voz entrecortada.

El adicto a las tortas pertenece a Tragones Anónimos (T.A.) y hace este ritual tres veces al día porque considera que es la única manera de curar su enfermedad. Ellos la llaman “tragonismo”, un padecimiento que no está reconocido como tal por la Organización Mundial de la Salud, al que definen como incurable, progresivo y mortal. Su síntoma inequívoco es la obesidad.

Tragones Anónimos es una creación tan mexicana como el pasito duranguense . Nació precisamente en la capital de Durango hace casi tres décadas, cuando una mujer, exitosa vendedora de métodos para bajar de peso que no podía ella misma vencer su apetito voraz, escuchó los consejos de un amigo alcohólico, rehabilitado con los métodos de Alcohólicos Anónimos (A.A.). Miriam, que es la fundadora de T.A., quedó impactada cuando el amigo, que había logrado controlar su deseo compulsivo por la bebida, le dijo que quizá su problema no era físico, sino que estaba en su mente, en sus emociones. Ella, que era experta marketera, adoptó los doce pasos y las doce tradiciones de A.A., cuyos pilares son la autoayuda, el anonimato y la solidaridad. Y la fórmula le funcionó.

Miriam creó entonces su propia comunidad terapéutica cuando la obesidad aún no era un problema grave de salud pública en México, y pocos advertían que el país iba camino a conseguir dos impresentables galardones: primer lugar mundial con más obesos (según último informe de la OCDE), superando incluso a EE.UU. Y, peor todavía, también número uno en obesidad infantil.

Tragones Anónimos se define como una comunidad de mujeres y hombres que se declaran incapaces de lidiar con la comida, que ya hicieron de todo para controlar su apetito insaciable sin resultados consistentes y que asumen que lo suyo es una enfermedad emocional, física y espiritual. Y consideran que la única manera de curarse es asistiendo a terapia grupal.

Por eso se ayudan unos a otros en sesiones periódicas en las que verbalizan sus problemas emocionales. La única condición es que todo lo que se dice en las reuniones se queda en las reuniones. Los tragones aseguran que una fuerza superior (cada miembro la puede llamar como quiera) les puede devolver el sano juicio pero, no por eso, están afiliados a una religión en particular, tampoco a una secta, menos a algún partido político u organización. Al igual que A.A. declaran que su objetivo primordial es mantenerse sobrios y ayudar a otros tragones a alcanzar el estado de sobriedad. La diferencia es que su droga es la comida y no el alcohol. El único requisito para ser miembro de T.A. es tener el deseo de dejar de comer inadecuadamente. No pagan honorarios ni cuotas mensuales, se mantienen con sus propias contribuciones en una organización solidaria, espontánea y simple.

Elizama es una abogada de 35 años, siete de los cuales los ha pasado como militante de Tragones Anónimos. Cuando uno le pregunta qué hizo para bajar de peso, responde con otra pregunta. ¿Qué no hice? Probó con todo, con lo convencional y lo alternativo. Todo. Cuando llegó a pesar 135 kilos y usar pantalones talla 46, de hombre, se sometió a dos operaciones de lipoescultura. Entraba al quirófano con la promesa de salir sin grasa y con el cuerpo moldeado. Pero le duraba muy poco. Y regresaba al quirófano.

Estuvo a punto de someterse a una cirugía de reducción de estómago o By-Pass gástrico, pero descubrió T.A. Acudió a una sesión y a otra y a otra. Le funcionó. “Por la boca nos enfermamos, por la boca nos tenemos que curar”, repite, como si fuera su mantra sagrado. Algún compañero acuñó esa frase para describir que la tribuna o terapia colectiva de desahogo es vital en el tratamiento de su enfermedad. Dice que si hubiera esperanza en otro lado ella no estaría en T.A. “Mi vida no es lo que debiera ser, tampoco soy lo que quisiera ser, pero gracias a T.A. no soy lo que era”, dice en voz alta, citando de memoria una frase de Miriam, la fundadora de T.A.

Elizama ahora tiene otra prioridad: conseguir novio. Dice que sólo eso le hace falta para ser completamente feliz.

“Necesito ayuda”

Cada uno de los grupos de T.A. que hay en México se reúne en una casa, la mayoría rentadas, cuyos gastos de alquiler y demás servicios los cubren entre todos. A la cabeza de cada comunidad hay una persona, hombre o mujer, a la que llaman servidor o servidora. Este líder es elegido democráticamente, usualmente es el más antiguo, carismático y constante en el control de su enfermedad. Todos los demás se llaman militantes, excepto los que viven en la casa, en una suerte de internado que hace las veces de sala de emergencias cuando su salud está en riesgo por los kilos que comienzan a afectar los órganos. A estos últimos se les llama anexados. Los anexados o internados son, por lo general, personas cuyo volumen excede fácilmente las básculas comerciales, que llegan a pesar encima de los 150 kilos y los médicos les han diagnosticado obesidad mórbida. Ellos ya no pueden con su peso, tampoco con su voluntad. La única manera de tratarlos es aislándolos del mundo exterior para someterlos a una terapia de cuidados intensivos. Llegan solos, lo único que traen consigo son los kilos que les están apagando la vida.

Los anexados dejan trabajo y familia, por eso todos los demás compañeros asumen su manutención de manera solidaria, voluntaria y ordenada. Cada anexado tiene una libreta de alimentos que la hacen circular entre los demás militantes y cada cual se apunta para llevarles hasta la casa una comida del día. La única responsabilidad de los anexados es, además de hacer la limpieza de su recámara y de la casa, ayudarse a sí mismos.

A diferencia de A.A., Tragones Anónimos es una institución que solo existe en México. Son 52 grupos que funcionan en 6 estados, con alrededor de mil 500 militantes en total. Jalisco es el estado que tiene más grupos: son 25. Le siguen Durango y Ciudad de México (DF), con tres cada uno. Poquísimo para un país donde el 30% de la población tiene obesidad y 70% sobrepeso.

Alfredo, un moreno alto, es el último anexado de la comunidad “Victoria Durango”, una de las tres que hay en el Distrito Federal. Su casa comunitaria está en la colonia Popotla, al final de una estrecha calle que lleva el nombre de la primera reina tolteca. Ahí, alrededor de 25 mujeres y hombres tragones participan de una terapia colectiva, de autoayuda. Tres de ellos viven anexados: Alfredo, Álvaro y una mujer.

El moreno alto llegó con 159 kilos y con todos los síntomas de una obesidad mórbida: triglicéridos y colesterol al tope, piernas ulceradas y temblorosas, ojos rojos. Confiesa que comía compulsivamente sólo para llenarse, no para nutrirse. Dice que todas sus frustraciones las paleaba con la comida. Su vida familiar estaba colapsando, hacía mucho tiempo que no tenía vida íntima con su esposa y cada vez su familia tenía más vergüenza de él.

Cuenta que un día se vio en el espejo y dijo “necesito ayuda”. Así llego a T.A. Es consciente de que su enfermedad es incurable y que la tiene que llevar toda su vida, pero que la puede controlar. Por ahora está aislado de su familia, viviendo de la solidaridad de sus compañeros. Jura que el tratamiento es milagroso, que sí da resultados. Llegó el 4 de julio y ha bajado alrededor de 20 kilos. También se ha vuelto un experto nutriólogo, celoso vigilante de la calidad de su dieta, de su plan de alimentación.

“Un puente de comprensión”

Al interior de la casa de la comunidad de T.A. “Victoria Durango” hay una pizarra pegada a la pared en la que aparecen tres palabras: “hamburguesa, barbacoa, y pastel”. Esto quiere decir que los viernes son las cenas colectivas, esta semana será con barbacoa, los sábados, después de pesarse, todos pueden comer una porción de pastel y, los lunes, los tragones le entran duro a las hamburguesas. Con este menú uno creería que está en un restaurante y no en una comunidad donde la gente batalla cada día por asirse a una dieta balanceada, como complemento indispensable para curar su enfermedad.

Todo empieza como un rito comunitario, donde se escuchan constantemente frases como “te echo humildad”, “regalar peso” “subir a la tribuna”, “puente de comprensión”, que ellos lo entienden a la perfección.

En la segunda planta de la casa está la cocina, en ella hay una amplia mesa, suficiente como para que buena parte de los 25 coman sentados. La barbacoa es precedida por una generosa ensalada verde con algunas frutas secas como complemento. Pueden comer toda la ensalada que su apetito les pida, después vienen 250 gramos de barbacoa de carne de res sin grasa, un consomé y cuatro tortillas de nopal.

El secreto del éxito es, según consenso de todos, además de la terapia emocional y colectiva, cumplir fiel y perseverantemente con la dieta balanceada. Comida equilibrada, medida y pesada. No es una dieta, insisten, es un plan sano de alimentación. La verdadera biblia de los miembros de T.A. es un libro escrito por la fundadora, que no es otra cosa que un recetario exhaustivo, comida a comida, para cada día. Es una receta que les garantiza curarse, dejar de sufrir.

Aída es la servidora del grupo. Empresaria, 41 años, madre de dos hijos que empiezan a dejar de ser niños, divorciada. Es una mujer vital. Güera, guapa, dueña de una figura capaz de parar el tráfico. Ella, al igual que todos en T.A., sufrió desde joven por el tragonismo. Probó de todo para controlar su enfermedad, desde dietas que ponían en peligro su vida por la inanición, hasta supuestos tés milagrosos o brebajes recomendados por algún chamán.

Hace ocho años descubrió su enfermedad. Con la experiencia y liderazgo que le dan esos ocho años que tiene en T.A., sostiene categóricamente que sí hay milagros, que ha sido testigo de casos extremos de deterioro desmesurado de la salud, que se han revertido. Recuerda a una joven mujer en el estado de Durango que pesaba 280 kilos, que no podía ni moverse. “Ahora hace su vida normal, está a punto de graduarse en la universidad”, dice orgullosa.

Como todas las enfermedades, el tragonismo no respeta edad, raza, género ni condición social. Por eso, sostiene Aída, T.A. es una comunidad abierta y horizontal, que recibe a todo el que quiere autoconocerse para ayudarse a sí mismo. Es una forma de vida, no un club social. Cuenta que a veces sus hijos le preguntan por qué sigue yendo a su comunidad si ya no está gorda. Y que siempre responde con la frase que ha marcado su vida para siempre: “Ya no voy al grupo porque no estoy gorda, sino que no estoy gorda porque voy al grupo”.

Álvaro, el hombre que llegó a pesar 220 kilos, es el anexado más antiguo de la comunidad de T.A. “Victoria Durango”. Fue taxista hasta que el tamaño de su abdomen ya no le permitió manejar un auto alquilado. Dice que no sólo era la imposibilidad de trabajar, sino que su cuerpo y su alma sufrían mucho. No podía sostenerse solo, tenía que ayudarse con un bastón, le faltaba constantemente la respiración, tenía las piernas ulceradas por la falta de circulación de la sangre.

Además, su autoestima estaba en el sótano, era objeto de miradas burlonas en la calle y de la crueldad de los niños que le llenaban de epítetos cuando lo veían pasar o sufrir en el transporte público. Asegura que ya no se soportaba a sí mismo. Llegó a T.A. en mayo de 2010 casi sin poder moverse, drogado de comida. En estos meses su lucha no ha sido fácil: se ha vuelto un nutriólogo empírico y sabe a la perfección cuántas calorías tiene cada comida que se lleva a la boca.

El adicto a las tortas es uno de los más recurrentes usuarios de la pequeña tarima que ellos llaman tribuna. Ahí se desahoga tres veces al día. Y parece que le está funcionando. Ahora ya no tienen que llevarlo a un almacén de cartones para pesarlo porque la báscula casera no llegaba a su peso. Álvaro lo está logrando: ahora pesa exactamente la mitad de kilos con los que llegó. Pesa 110. A los 48 años le ha vuelto el espíritu de vivir y cree que saldrá de esto, que llegará a su peso ideal de 78 kilos, pero tiene que perseverar.

Cuando pese menos de 80, dice, quiere buscar una novia para luego formar una familia con ella. Antes se hace necesario que pase por el quirófano de un cirujano plástico, pues le ha quedado una bolsa de piel debajo del vientre, imposible de desaparecer sin ayuda de un bisturí. Para eso, Tragones Anónimos tiene un convenio de ayuda con un hospital en Guadalajara.

Álvaro se emociona cuando habla de ese futuro soñado. “Le voy a pedir a Dios una familia, un trabajo. Antes no tenía esas aspiraciones, ahora tengo muchas ganas de vivir”, dice con una sonrisa que le atraviesa la cara.

* Publicado en el diario El Universal de México.

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Escrito por

Carlos Paredes

Estudió Derecho y Ciencias de la Comunicación en Lima y una Maestría en Comunicación Política en México. Es periodista desde el año 1990.


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