#ElPerúQueQueremos

Perú: Un plebiscito al revés

Publicado: 2011-06-15

La primera vuelta electoral peruana, preñada por un ficticio sistema de partidos políticos, muchos candidatos y escasos programas de gobierno, no pudo dar a luz otra cosa que un ballotage decepcionante. Keiko Fujimori y Ollanta Humala representaban eso: la inexperiencia, el populismo y un pasado cuestionable e investigable. Fujimori se la pasó toda la campaña repitiendo que ella no era su padre, pero era obvio que representaba al “fujimorismo”. Esa manera de hacer política sin escrúpulos, que se vale de las instituciones democráticas para terminar con la democracia, y que en nombre del pragmatismo no tiene empacho de mancharse las manos con sangre y corrupción. De hecho, el indulto a Alberto Fujimori –sentenciado a 25 años de presión por asesinatos, violación de derechos humanos y robo millonario al erario público–, era la prioridad en su agenda política. Es más, Keiko reivindicaba el régimen de su padre, donde ella fue ocho años la Primera Dama, calificándolo como “el mejor gobierno de la historia”. Quizá por eso no pocos peruanos, entre ellos el Nobel Mario Vargas Llosa, sostenían que votar por Keiko era elegir a su padre, quien iba a ser el verdadero gobernante. Un reo indultado y, erigido como presidente a la sombra, por voto popular.

Por su parte, Ollanta Humala es un ex Comandante del Ejército al que se le acusa de organizar dos levantamientos militares y de violaciones a los derechos humanos y vínculos con el narcotráfico, cuando fue jefe de una base contrasubversiva, en la década del noventa. Dejó la milicia y terminó convertido en un díscolo y populista político de izquierda que se postuló a la presidencia por primera vez en 2006. En esa ocasión ganó en la primera ronda pero no pudo llegar a Palacio de Gobierno porque se lo impidió el miedo de los peruanos. Preferimos al mal conocido de Alan García que al chavista de Humala. Aunque esta vez moderó su discurso de izquierda e hizo todo lo posible para correrse al centro, su plan de gobierno original seguía produciendo miedo entre el empresariado y la clase media. Humala encarnaba el cambio radical al sistema económico, algo que en el Perú supuestamente boyante suena a blasfemia, pero que para un tercio de los votantes, gente pobre de la sierra y selva, es una necesidad. Sin poderse arrancar el estigma del chavismo, a pesar de su eficiente marketing electoral, Humala seguía representando el regreso a las noches estatistas de amargo recuerdo en Perú. No se sabe si por voluntad propia, por consejo de sus asesores o presión de los que decidieron apoyarlo abiertamente en la segunda vuelta, como Vargas Llosa y el ex presidente Toledo, cambió hasta en cuatro oportunidades su plan económico, eliminando en cada versión cualquier resquicio de estatismo.

La segunda vuelta electoral volvió a ser un plebiscito al revés. No votamos a favor de un candidato, sino en contra del que no queríamos. Todo esto como epílogo de una campaña polarizada que dejó frases para la historia. Desde la lapidaria expresión, sacada de una sala de desahuciados, que equiparaba la elección a optar entre el sida y el cáncer terminal, hasta frases metafísicas que hablaban de un dilema entre el miedo y la moral. Steve Levitsky, un profesor de Harvard que pasa una temporada en Perú, resumió su perspectiva con una frase que se convirtió en eslogan del candidato nacionalista: “Sobre Ollanta Humala hay dudas; sobre Keiko Fujimori hay pruebas”. Los fujimoristas respondieron diciendo que elegir a Humala era dar un salto al vacío, era echar por la borda todos los años de crecimiento económico. Una joven e impetuosa presentadora de televisión respondió a esto diciendo que ella prefería el salto al vacío que un clavado directo al desagüe. La mayoría de los grandes medios de comunicación apoyaron abierta y, en algunos casos, groseramente a Fujimori. Censuraron ruedas de prensa de Humala, contrataron al showman Jaime Bayly y a unos cuantos periodistas venales para hacerle una campaña de demolición moral y, cuando fue necesario, despidieron a sus periodistas. No se dieron cuenta que, a esa altura del partido, Humala había superado el umbral del desprestigio. Las ráfagas de los sicarios mediáticos al parecer no le hacían daño, todo lo contrario, lo ponían como víctima. Pocas horas antes de la elección, Humala logró convencer a un pequeño grupo de indecisos, más que por sus aciertos, por los reiterados errores y vulnerabilidades del fujimorismo. Cómo tapar con un dedo a las 250 mil mujeres pobres y quechua hablantes, a las que se les esterilizó de por vida con engaños, sin su consentimiento. Cómo borrar de la retina de los peruanos esos millones de dólares en efectivo puestos sobre una mesa para comprar consciencias, decencias y líneas editoriales. Cómo olvidar ese terrorismo de Estado que mataba niños, heladeros y estudiantes universitarios en nombre de una supuesta Ley de Talión que iba a terminar con el terrorismo de Sendero Luminoso. O a la esposa del presidente encerrada en Palacio de Gobierno y luego torturada en los calabozos de los servicios de inteligencia del Ejército por haber dado la primera alerta pública de la corrupción que degeneró en cleptocracia. En las mafias la traición es grave, la tradición familiar imperdonable.

Ollanta Humala, a los 49 años de edad se convertirá en el presidente 101 de Perú y tiene que ser un buen equilibrista para gobernar para todos. Por un lado tiene a sus primeros simpatizantes, esa masa descontenta del país que se exige cambio de modelo económico y, por otro, a los electores que le dieron el triunfo final, esos peruanos que apoyan el modelo de libre mercado y que no permitirían un viraje a la izquierda. El centro político y económico sería lo más sensato. Eso que él llama “desarrollo con inclusión social”. Aunque la mitad de peruanos no lo quiso como candidato, como presidente todos lo quisiéramos más cerca de Lula y lo más alejado de Chávez.

Publicado en el diario Reforma de México, domingo 12 de junio 2011


Escrito por

Carlos Paredes

Estudió Derecho y Ciencias de la Comunicación en Lima y una Maestría en Comunicación Política en México. Es periodista desde el año 1990.


Publicado en